Pablo sigue ejerciendo de chico gri-gri, con lo cuál soy yo la que decide dónde ir y qué escalar. Este fin de semana, con la mejor de la meteorología pronosticada elegí, una vez más, la escuela cántabra por antonomasia.
Quería "concluir" con la media docenita de rutas abierta por José Carlos y Alfonso. Mi objetivo era encadenar. Si no se podía "a vista" hacerlo en pocos pegues. Tan sólo llevo una semana entrenando con lo cual la cosa pintaba complicada. Después de mes y medio parada, no las tenía todas conmigo.
Sin embargo, el entorno más que agradable, la compañía y la sensación de que querer es poder hizo que todo fuera sobre ruedas.
Entre el sábado y domingo, de una a una, solucionando los mil pasos que atesoran estas placas grises de gotas de agua y cantos dibujados fueron cayendo todas las líneas: Y Merche nos llamó, 6c+, La Pasiega, 7b, Amalia, 7a+. A cada cual más bonita y en las que no voy a decir que no tuve que apretar, porque en alguna Dios me vino a ver y mis chicos a animarme.Cada una de ellas a vista y poniendo cintas a sus, en ocasiones, más de 35 metros. Tan largas que hasta deseabas acabar de una vez por todas, aunque la llegada a la cadena supusiera el fin de un sueño. En alguna la longitud es tal que incluso no faltó el destrepe de rigor para recuperar cintas, pues me fallaron los cálculos y no llevaba expreses suficientes.
De mi primera visita al sector tenía encadenadas las demás, El corner, 7a+, La primera luz del día, 7a, Mar Cantábrico, 7a, todas ellas también a vista, con lo cual he acabado con el murete con muy buen sabor de boca y mejor compañía.
P se dedicó a limpiar bases y cepillar pues no escala y K hizo su primera aproximación a la pared, un poquito a pie y otro en camión.
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