Cuando era niña el médico me recomendó tomar el sol. "Activa la vitamina D y es lo que necesitas", dijo el galeno enviándome una buena temporada a Gorliz, donde durante unos meses vestí un monísimo traje de cuadritos rojos y blancos. Yo no me acuerdo, pero de ello dejan constancia unas evocadoras fotografías, en las que me reconozco de pequeña, pero a las que les he ganado en años y canas, pero no en ganas de tomar el sol. El sábado habían anunciado que el astro rey iba a salir de su ostracismo y nos iba a regalar la mejor de sus caras. Ultimamente, ver el mapa del tiempo era deprimente, nieve, frío, lluvia... Sí, sí, ya sé que es lo que toca, pero no por ello es menos triste. Me estaba enmoheciendo y la sola idea de que venía "bueno" se me antojaba terriblemente apetecible.
Pusimos rumbo a las paredes que tanto nos gustan. Regresamos a la casa del padre. Nos recibe el Anboto, vestido de blanco impoluto, como una novia hermosa pero distante. Después llegamos al valle. Sorpresivamente, con este magnífico día no hay nadie. Quizá todos habían sido más listos y habían emigrado a otros destinos también soleados, pero más secos, porque Araotz destilaba agua por los cuatro costados. Pero eso no iba a ser impedimento para que me calzara los gatos. "Necesito escalar, que se me va a olvidar hacerme el ocho. Como si estamos haciendo una única vía todo el día", dije convencida.
Dicho y hecho. Nos apostamos debajo de Limonada y le dimos cinco o seis series, una tras otra, sintiendo el sol a nuestras espaldas. Escalamos en tirantes e incluso, en ocasiones, el sol "picaba", pero, qué es eso "para los chicos de la conti" como nos definió Tito, que se dejó caer también por estos lares, acompañado de Ibon. Ambos se midieron con una gran bestia negra de la escuela, de la que seguro dan buena cuenta este año, porque me consta que se están poniendo fuertes, muy fuertes. Ellos marcharon y nosotros aún seguimos escalando un poco más en la tónica de los últimos tiempos: contando movimientos, pero contentos de que esta vez fuera al aire libre, en el silencio de nuestro valle.
Las fotos son de Ibon Arteaga, que a mí se me olvidó la cámara y él quiso dejar constancia de que no era leyenda urbana. Era cierto, que el cielo es azul.Su solo recuerdo nos insufla de energía y motivación para regresar a las presitas de colores, pensando en ponernos fuertes y acabar con nuestras cuentas pendientes.
lunes, 20 de febrero de 2012
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